jueves, 23 de julio de 2009


El niño cayó al suelo derrumbándose como una pluma que cae lentamente. El niño chillaba y chillaba. Pero la gente no lo oía, otra, no lo quería oír. No es un mundo aparte. Es el nuestro. Ese cálido. Frío. Inhóspito. Impredecible. Único. Alegre pero que hiere.
Los pensamientos no luchan por si solos, deben tener a ejecutadotes divulgando sus acciones como verdades, no como estafas callejeras. Seguía chillando. Junto a sus llantos, no había nada. Apenas algunas lágrimas que salían de esos ojos llorosos y tristes. El pobre niño al levantar la cabeza sólo veía gente y más gente que caminaba por su lado, sin inmutarse, sin dar señal de preocupación, ni siquiera un pequeño gesto de rareza. Nada.
Se sentía como si estuviera en otro mundo, dónde él no existiese. Dónde nadie se preocupaba por él. La gente seguía andando a lo suyo, con metas egoístas. El niño murió no de llantos, no de soledad, no de caer desplumado al suelo, no de tristeza. Murió por los pensamientos de la otra gente.

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