viernes, 24 de julio de 2009


Yo, tan tranquilamente por calle fría y solitaria, andaba y observaba todo lo que me perseguía. Todo lo que me rodeaba y parecía conocer. Como si fuera un viento inhóspito, se me apareció una pequeña anciana. Con arrugas de experiencia en la cara, que daban continuación por todo el cuerpo. La pobre, tenía cepa de duros momentos vividos. Como si pudiera ver toda su vida sólo con verla a ella. Me quiso dirigir la palabra, pero el viento, suave pero gélido y malicioso, cortaba esas misteriosas palabras que salían, o mejor dicho, deberían salir, de esos labios cortados, cuya dueña, era esa pequeña y sabia anciana. Ahora si. Se dirigió a mí levantando su mirada extraña y de tristeza. Me ofreció una rosa que llevaba en la mano. Sin palabras aún. Le dije que no la quería, pero que gracias de todos modos. Me produce una sensación bastante grata cuando me ofrecen alguna cosa bella, que las palabras la describen de forma lenta y detallada. De repente. La anciana, se dirigió a mi, esta vez no con ninguna de sus miradas tristes, si no con palabras sabias y convincentes, muy convincentes. Me susurró en mi cara, como si de un secreto se tratara, que la rosa que me ofrecía tenía ciertos y misteriosos poderes. Depende de la forma con que cogiese la impredecible rosa, podría tener suerte, pedir deseos, tener la vida que todo el mundo sueña cuando esta tumbado en su cama, apunto de coger el tren del sueño. O de lo contrario, caer en un agujero de mala suerte, de tristeza, de llantos, de abrazos, abrazos claramente de luto, de gritos, de soledad… Mi vida llena de objetivos llenos de ilusión, de metas vivas, podrían girar su rumbo en un abrir y cerrar de ojos sólo con que me clavara una de esas pequeñas espinas de la flor bella, pero eran espinas afiladas, dolorosas. Llenas de rencor.
La vieja, me estaba ofreciendo un cambio brutal en mi vida. Pero, ¿podía confiar en ella? Era una simple anciana… Me levantó la curiosidad. Cogí la rosa decididamente, sin apuros, pero sin prisas. Con cuidado. La cogí con dos dedos. Esperé. Nada. Fue como si la calle se parara en seco para ver lo que me sucedía. Nada. Parecía un sueño. Y como en cualquier sueño, me froté los ojos con la otra mano. Mano que hasta hacía pocos instantes, yacía helada por el gélido viento que soplaba. Ahora no. Justamente, ahora, después de toda esa escena mágica, desprenda un cálido sudor. Me froté la mano con el pantalón. Me cambié la rosa de mano, ya que no me creía lo que me estaba sucediendo. Nada ni ninguna de esas espinas se me habían clavado en mi piel, ni siquiera me rozaron. La vieja seguía ahí. Me sonrió.
¿Porque a mí? ¿Cuestión del destino? Ahora podía tener mi vida llena de ilusiones, metas que de bien seguro, se cumplirían. Deseos que al parecer parecían imposibles, poco probables, inalcanzables, no serían problema para mí. Los podría tener en mi mano. Sentirlos. Vivirlos. Gozarlos.
Pero no. Mi vida no estaba tan mal del todo. ¿Que son de las ilusiones, si nunca antes te has caído en el mínimo intento de conseguir una meta? ¿Un objetivo? ¿Que me podría llegar a pasar si todo lo que quisiese, lo tuviera en mano siempre? El tener más y más sólo conduce al querer, desear más. Incluso si se tiene que pisar otros caminos, derrumbar otros objetivos de personas, que no tienen nada que ver con esto.
En un acto reflejo, le di la rosa a la anciana y le dije que a ella le haría más falta que a mí. Le dije que la disfrutara. Y me fui. Pensativo volvía a coger mi camino. A la mañana siguiente. A la misma hora. En el mismo sitio frío y remoto de mi ciudad. Con ese mismo tiempo invernal, gélido y a la vez navideño. No encontré a la anciana. La busqué disimuladamente con la mirada. Pero ni rastro de ella. En cambio, noté una cosa muy rara. Vi a otra mujer, en el mismo sitio en que la anciana me sorprendió al salir de la nada. Llevaba rosa en mano. Y su pequeña sonrisa me resultaba muy familiar. La rosa era la más grande que había visto jamás, bonita, bella, incluso su hermoso aroma llegaba a mí como si el viento lo acompañara de la mano. Era una mujer alta, con pelo largo, preciosa, dulce, simpática. Una mujer muy bella. Cuando pasé por su lado, oí un “gracias”.
Creo que no sólo nació una hermosa rosa. Creo que el alma de una sabia mujer, pudo cambiar, volver a nacer y gozar de todos sus deseos.
A veces los deseos están para ofrecerlos, no para ser consumidos.

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